Traducción al castellano del capítulo Women and morphine, del libro de Barbara Hodgson In the arms of Morpheus. Firefly Books, 2001.
Elizabeth
Barrett Browning, Louisa May Alcott y Alice James tomaban láudano y
notablemente aún en mayores cantidades, morfina. A Alcott(1832-88), la autora
de Little Women, le dieron morfina en
1862, probablemente para combatir los efectos del mercurio, prescrito con el
nombre de calomel, el cual a su vez se le dio después de ser diagnosticada con
neumonía después de haber servido como enfermera de soldados en la Guerra
Civil. Enferma la mayor parte de su vida adulta, Alcott sufrió dispepsia,
insomnio, catarro, tos, falta de apetito, tuvo una úlcera en la garganta y
perdió la voz.
Alice James
(1848-92), la hermana invalida del novelista Henry James, después de haber
sufrido una serie de colapsos nerviosos, no sólo tomo opio y morfina, también
trató con electrochoques, hipnosis y otras dos misteriosas curas, “motorpatía”
y “el tratamiento Monro”. A uno de sus hermanos, William, le fue administrada morfina casi
constantemente para aliviar sus dolores antes de su muerte.
Ella se convirtió en… ¿Cómo se dice?... Una
morfinómana… Hay una sociedad entera así… Cuando se juntan, cada una de estas
mujeres, trae consigo un pequeño estuche plateado con sus agujas, el veneno… y
wham! en el brazo, en la pierna… No te hace dormir… pero se siente bien.
Alphonso Daudet, L’Évangeliste.
El uso de la
morfina por Alcott y James puede ser visto como parte antecesora a la
experiencia que tuvieron las mujeres de
clase media después de 1850. Según el siglo iba avanzando y la jeringa
era cada vez más aceptada, la morfina fue adoptada por otro grupo, menos
definido. Mujeres de todos los niveles económicos comenzaron a inyectarse
morfina, algunas veces por razones médicas y otras en búsqueda de euforia. Y su
hábito no fue confinado a cuartuchos viciados como anteriormente fue hecho; fue
al aire libre, incluso luciéndolo. Estadísticas confiables son difíciles de
encontrar, pero numerosas referencias implican que el uso de jeringas entre el
público del teatro fue tan común como el uso de cigarrillos. El uso de morfina
por mujeres, alcanzó su pico máximo a finales del siglo diecinueve.
Muy seguido he visto gente con un arsenal de
instrumentos para inyectarse, que gracias a sus doctores, han tenido siempre
una solución de morfina a su disposición, lo suficientemente fuerte para
envenenarlos. Incluso las damas pertenecientes a las clases más altas, van tan
lejos en mostrar su gusto por la morfina que tienen estuches y botes hechos
artísticamente con joyería. Dr. Zambaco (c. 1887)
Para finales
de la década de 1800s las actitudes hacia el opio estaban cambiando. La
adicción a las drogas, ahora reconocida, fue debatida y denunciada; fumar opio
fue legislado, especialmente en América del Norte; patentes de medicinas y sus
creadores fueron perseguidos –en 1906 fueron aprobadas las leyes, en Estados
Unidos e Inglaterra, que regulaba tales medicinas. Todavía en 1908, el Examiner de San Francisco publicó una
página completa exponiendo los kits de joyería para morfina –con sus viales y
jeringas- disponibles en tiendas de moda de Nueva York. Titulado “Has it come
to this?” el artículo denunciaba con indignación: “Las mujeres más ricas y a la
moda están recibiendo, en las celebraciones más sagradas como Navidad, regalos
de felicitación que evidencian su esclavismo a uno de los más desagradables y
ruinosos vicios.” Los estuches costaban de $135 a $500 dólares, pero los altos
precios no las disuadían, una mujer fue vista ordenando más de dos.
Que esta
tendencia haya llegado pronto a las clases más bajas no fue sorpresa. Upton
Sinclair escribió sobre la adicción a la morfina a principios de 1900 en
Chicago. En su novela The Jungle (1906),
Marija, una inmigrante pobre que ejercía la prostitución declara: “la madame
siempre les da morfina cuando llegan, y le toman el gusto; ya sea que lo tomen
para dolores de cabeza o cosas así, y adquieren el hábito. Yo lo tengo, lo sé; he
intentado dejarlo pero nunca lo haré mientras esté aquí.”
Los hombres de
clase media y baja no fueron la excepción, pero su adicción se expandió a un
campo mucho más grande. Los hombres
podían beber alcohol, fumar cigarrillo e incluso fumar opio, comportamiento que
no era permitido para las mujeres, al menos abiertamente. El uso médico de la
morfina, junto con medicinas opiáceas, fue para ellas, al menos por un tiempo,
una legítima vía de escape.
La adicción a
la morfina entre médicos fue significativamente alta para llamar la atención;
aunque el problema fue global, se vio principalmente en Francia, sin duda
debido a los escritos de Léon Daudet y Oscar Jennings, este último adicto a la
morfina por un tiempo. Los médicos tenían un suministro regular de drogas, sus
horarios eran largos, las condiciones eran estresantes y vieron en la morfina
un alivio a primera mano. Jennings reportó en su libro The
Morphia Habit (1909) que “el 20 por ciento de la mortalidad entre personal
médico era debido a la morfinomanía.”
León Daudet
fue doctor, periodista, novelista y nunca tomó opio, prefirió en cambio dos y
media botellas de vino al día. Denunció la drogadicción en su novela La Lutte (1907), la cual fue basada en
sus experiencias como médico interno. El héroe es un joven doctor con un
brillante futuro que en algún momento descubrió que tenía tuberculosis. Desesperado
por un alivio, tomó morfina.
El médico húngaro
Géza Csáth comenzó a usar opio en 1909 y un año después comenzó a inyectarse
morfina. Después de combatir en la Primera Guerra Mundial empezó a llevar
navajas consigo, contrató a detectives para seguir a su familia y después le
disparó a su mujer frente a su hija. Lo metieron en psiquiátrico de donde
escapó al poco tiempo. Cuando fue detenido de nuevo, tomó un veneno y murió. Su
cuento “Opium” es una apología de su debilidad, en un pasaje de 1913 en su
diario, escribe: “Cometer pecado, dañarme a mi mismo sin disfrutarlo, esto es
lo que más me atormenta. Si tuviera una pistola frente a mí, en momentos como
este, me volaría los sesos, aquí mismo.”
Como el láudano,
la morfina fue escrita como parte de la vida de todo tipo de personas,
especialmente por los novelistas franceses y especialmente en los decadentes
1890s. Alphonse Daudet trabajó en su novela de fervor religioso, L’Evangeliste (1883), que incluye todo
su conocimiento sobre la morfina. El novelista
y guionista Rachildre escribió sobre la adicción a la morfina en su guión Madame La Mort (1891). Les Imprudences de
Peggy de Meg Villar, fue una sátira de Colette y su círculo de amigos,
donde muestra a barones adictos a la morfina.
Y luego
estaban los novelistas que condenaban a la morfina y a la decadencia por igual.
Noris (1883) de Jules Claretie, Morphine (1891) de Jean-Louis Dubut de
LaForest, La Possédés de la morphine
(1892) de Maurice Talmeyr, La
Comtesse Morphine (1885) de Marcel Mallat de Bassilan y La Morphine de Victorien du Saussay
fueron fervientemente obras anti-morfina.
En La Morphine, una novela sobre adicción,
curas fallidas, incesto y adulterio, desesperado por morfina el adicto Raoul
vive en absoluta pobreza con su esposa, Blanche. Cuando Blanche guarda algún
dinero para gastos del hogar, Raoul la golpea sin sentido por tomarlo. Su hermana
Therese, no consumía morfina pero sus otras dos hermanas, prostitutas de clase
baja Antoinette y Jacqueline, eran conocidas adeptas, adictas. En una encantadora escena de intimidad familiar,
Raoul, Antoinette y Jacqueline comparten la jeringa de Raoul, que fue un regalo
de navidad de su comprensible hermana Therese.
El Capitán Pontaillac se inyectó en público una
ampolleta de morfina en su pierna, en el Café de la Paix, frente a sus
impresionados amigos. Luce Moldays le arrebató la jeringa –también llamada
Pravaz en Francia- y la pasó al Mayor Lapouge:
“¡No te lo devolveré, Capitan! Lo romperé con mi
tacón” exclamó Lapouge, de pie.
“No te preocupes por eso, Mayor; ya tuve mi dosis. Tengo otra Pravaz en mi
bolsillo, y catorce más en casa.”
En La Morphine de Victorien du Saussay, Raoul, un morfinómano,
ataca a su mujer Blanche, porque ésta le esconde dinero. Ilustración de Manuel
Orazi. Paris.
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