viernes, 21 de marzo de 2014

Mujeres y morfina

Traducción al castellano del capítulo Women and morphine, del libro de Barbara Hodgson In the arms of Morpheus. Firefly Books, 2001.

Elizabeth Barrett Browning, Louisa May Alcott y Alice James tomaban láudano y notablemente aún en mayores cantidades, morfina. A Alcott(1832-88), la autora de Little Women, le dieron morfina en 1862, probablemente para combatir los efectos del mercurio, prescrito con el nombre de calomel, el cual a su vez se le dio después de ser diagnosticada con neumonía después de haber servido como enfermera de soldados en la Guerra Civil. Enferma la mayor parte de su vida adulta, Alcott sufrió dispepsia, insomnio, catarro, tos, falta de apetito, tuvo una úlcera en la garganta y perdió la voz.
Alice James (1848-92), la hermana invalida del novelista Henry James, después de haber sufrido una serie de colapsos nerviosos, no sólo tomo opio y morfina, también trató con electrochoques, hipnosis y otras dos misteriosas curas, “motorpatía” y “el tratamiento Monro”. A uno de sus hermanos, William,  le fue administrada morfina casi constantemente para aliviar sus dolores antes de su muerte.
Ella se convirtió en… ¿Cómo se dice?... Una morfinómana… Hay una sociedad entera así… Cuando se juntan, cada una de estas mujeres, trae consigo un pequeño estuche plateado con sus agujas, el veneno… y wham! en el brazo, en la pierna… No te hace dormir… pero se siente bien. Alphonso Daudet, L’Évangeliste.
El uso de la morfina por Alcott y James puede ser visto como parte antecesora a la experiencia que tuvieron las mujeres de  clase media después de 1850. Según el siglo iba avanzando y la jeringa era cada vez más aceptada, la morfina fue adoptada por otro grupo, menos definido. Mujeres de todos los niveles económicos comenzaron a inyectarse morfina, algunas veces por razones médicas y otras en búsqueda de euforia. Y su hábito no fue confinado a cuartuchos viciados como anteriormente fue hecho; fue al aire libre, incluso luciéndolo. Estadísticas confiables son difíciles de encontrar, pero numerosas referencias implican que el uso de jeringas entre el público del teatro fue tan común como el uso de cigarrillos. El uso de morfina por mujeres, alcanzó su pico máximo a finales del siglo diecinueve.
Muy seguido he visto gente con un arsenal de instrumentos para inyectarse, que gracias a sus doctores, han tenido siempre una solución de morfina a su disposición, lo suficientemente fuerte para envenenarlos. Incluso las damas pertenecientes a las clases más altas, van tan lejos en mostrar su gusto por la morfina que tienen estuches y botes hechos artísticamente con joyería. Dr. Zambaco (c. 1887)
Para finales de la década de 1800s las actitudes hacia el opio estaban cambiando. La adicción a las drogas, ahora reconocida, fue debatida y denunciada; fumar opio fue legislado, especialmente en América del Norte; patentes de medicinas y sus creadores fueron perseguidos –en 1906 fueron aprobadas las leyes, en Estados Unidos e Inglaterra, que regulaba tales medicinas. Todavía en 1908, el Examiner de San Francisco publicó una página completa exponiendo los kits de joyería para morfina –con sus viales y jeringas- disponibles en tiendas de moda de Nueva York. Titulado “Has it come to this?” el artículo denunciaba con indignación: “Las mujeres más ricas y a la moda están recibiendo, en las celebraciones más sagradas como Navidad, regalos de felicitación que evidencian su esclavismo a uno de los más desagradables y ruinosos vicios.” Los estuches costaban de $135 a $500 dólares, pero los altos precios no las disuadían, una mujer fue vista ordenando más de dos.
Que esta tendencia haya llegado pronto a las clases más bajas no fue sorpresa. Upton Sinclair escribió sobre la adicción a la morfina a principios de 1900 en Chicago. En su novela The Jungle (1906), Marija, una inmigrante pobre que ejercía la prostitución declara: “la madame siempre les da morfina cuando llegan, y le toman el gusto; ya sea que lo tomen para dolores de cabeza o cosas así, y adquieren el hábito. Yo lo tengo, lo sé; he intentado dejarlo pero nunca lo haré mientras esté aquí.”
Los hombres de clase media y baja no fueron la excepción, pero su adicción se expandió a un campo mucho más grande.  Los hombres podían beber alcohol, fumar cigarrillo e incluso fumar opio, comportamiento que no era permitido para las mujeres, al menos abiertamente. El uso médico de la morfina, junto con medicinas opiáceas, fue para ellas, al menos por un tiempo, una legítima vía de escape.
La adicción a la morfina entre médicos fue significativamente alta para llamar la atención; aunque el problema fue global, se vio principalmente en Francia, sin duda debido a los escritos de Léon Daudet y Oscar Jennings, este último adicto a la morfina por un tiempo. Los médicos tenían un suministro regular de drogas, sus horarios eran largos, las condiciones eran estresantes y vieron en la morfina un alivio a primera mano. Jennings reportó en su libro  The Morphia Habit (1909) que “el 20 por ciento de la mortalidad entre personal médico era debido a la morfinomanía.”
León Daudet fue doctor, periodista, novelista y nunca tomó opio, prefirió en cambio dos y media botellas de vino al día. Denunció la drogadicción en su novela La Lutte (1907), la cual fue basada en sus experiencias como médico interno. El héroe es un joven doctor con un brillante futuro que en algún momento descubrió que tenía tuberculosis. Desesperado por un alivio, tomó morfina.
El médico húngaro Géza Csáth comenzó a usar opio en 1909 y un año después comenzó a inyectarse morfina. Después de combatir en la Primera Guerra Mundial empezó a llevar navajas consigo, contrató a detectives para seguir a su familia y después le disparó a su mujer frente a su hija. Lo metieron en psiquiátrico de donde escapó al poco tiempo. Cuando fue detenido de nuevo, tomó un veneno y murió. Su cuento “Opium” es una apología de su debilidad, en un pasaje de 1913 en su diario, escribe: “Cometer pecado, dañarme a mi mismo sin disfrutarlo, esto es lo que más me atormenta. Si tuviera una pistola frente a mí, en momentos como este, me volaría los sesos, aquí mismo.”
Como el láudano, la morfina fue escrita como parte de la vida de todo tipo de personas, especialmente por los novelistas franceses y especialmente en los decadentes 1890s. Alphonse Daudet trabajó en su novela de fervor religioso, L’Evangeliste (1883), que incluye todo su conocimiento sobre la morfina.  El novelista y guionista Rachildre escribió sobre la adicción a la morfina en su guión Madame La Mort (1891). Les Imprudences de Peggy de Meg Villar, fue una sátira de Colette y su círculo de amigos, donde muestra a barones adictos a la morfina.
Y luego estaban los novelistas que condenaban a la morfina y a la decadencia por igual. Noris (1883) de Jules Claretie, Morphine (1891) de Jean-Louis Dubut de LaForest, La Possédés de la morphine (1892) de Maurice Talmeyr, La Comtesse Morphine (1885) de Marcel Mallat de Bassilan y La Morphine de Victorien du Saussay fueron fervientemente obras anti-morfina.
En La Morphine, una novela sobre adicción, curas fallidas, incesto y adulterio, desesperado por morfina el adicto Raoul vive en absoluta pobreza con su esposa, Blanche. Cuando Blanche guarda algún dinero para gastos del hogar, Raoul la golpea sin sentido por tomarlo. Su hermana Therese, no consumía morfina pero sus otras dos hermanas, prostitutas de clase baja Antoinette y Jacqueline, eran conocidas adeptas, adictas. En una encantadora escena de intimidad familiar, Raoul, Antoinette y Jacqueline comparten la jeringa de Raoul, que fue un regalo de navidad de su comprensible hermana Therese.
El Capitán Pontaillac se inyectó en público una ampolleta de morfina en su pierna, en el Café de la Paix, frente a sus impresionados amigos. Luce Moldays le arrebató la jeringa –también llamada Pravaz en Francia- y la pasó al Mayor Lapouge:
“¡No te lo devolveré, Capitan! Lo romperé con mi tacón” exclamó Lapouge, de pie.
“No te preocupes por eso, Mayor; ya  tuve mi dosis. Tengo otra Pravaz en mi bolsillo, y catorce más en casa.”
En La Morphine de Victorien du Saussay, Raoul, un morfinómano, ataca a su mujer Blanche, porque ésta le esconde dinero. Ilustración de Manuel Orazi. Paris.

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